—«Hace más de trescientos poemas que no escribo la palabra horizonte. Por algo serás». 'Será', en "Pintura roja y papel de fumar".
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De los pedestales os diré que son artificios pasajeros o ficticios. Os diré que se levantan para alzar sobre ellos estatuas que uno mismo erige a imagen y semejanza de alguien —con el añadido de la cosecha subjetiva, inventada, imaginada, deseada, amada, soñada, aprendida, proyectada—. Tal vez uno emplea ese procedimiento para divinizar una estela, para no alcanzar nunca con el gesto a tocarla, para poder postrarse bajo ella a orar, a esperar, a creer, a crear que es posible la potencia de la talla, del ídolo, con la fe de las manos que sostienen el mazo y el cincel cuando no alcanzan la caricia y a la piel, que se pulen con el diente y con la hiel. De los pedestales os diré que se erigen para ser derribados, dinamitados después, transformados en polvo de mármol o de hueso, para que la escultura descienda y se pose en el mismo plano que quien los levantó, para que la altura de los ojos del artefacto y del artefactor queden a la misma altura y se miren recíprocamente a los labios, se igualen, se animen y se fundan. Ambos. Ese, y no otro, es el propósito último de los pedestales. Y si tal cosa no sucede, que sea la grieta quien hable, que se amontone el escombro y se labre un camino que separe la estatua del pedestal, y ambos de las manos que algún día los cincelara. Para que esas manos puedan hablar, en algún tiempo venidero, de los pedestales y de tus pies descendiendo de ellos.
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