—«Hace más de trescientos poemas que no escribo la palabra horizonte. Por algo serás». 'Será', en "Pintura roja y papel de fumar".
Las diatribas me llevan hoy a intentar aclararle a la musa (aunque a ella le dé igual), o a mí mismo, que la Soleá, como la Bulería -con, o sin abrazo-, pertenece a los llamados cantes grandes del flamenco, mientras que sus Alegrías, primas lejanas de sus Sevillanas, se denominan cantes chicos. Es curioso que el mismo arte flamenco, tome a la ligera lo que conlleva diversión y jarana, llamándolo «chico», mientras que a la pena, a la soledad, a la amargura y al dolor, se les eleve a los altares de lo «grande». No pretendo yo otorgarle más valor a una cosa que a la otra, más allá de constatar la diferencia entre lo «jondo» y lo «festivalero», en flamenco o en blues, en indie o en rock, en Pequín o en pocón.
El caso que nos ocupa no es sinó ilustrar la etimología de soleá: no hace falta ir muy lejos para aceptarlo como una derivación exacta de «soledad». Por eso, aún siendo el cante originario de Triana -dicen que parido por la cantaora gitana La Andonda-, uno debería encontrar la inspiración para la soleá en cualquier sitio, sin necesidad de proximidades geográficas de su origen, sinó del imperio de la lejanía de la compañía deseada. Aún así, es un cante sevillano por excelencia, maldita sea mi estampa.
Con sentimiento y compás, como dijo Manuel Machado, en «Cante jondo» (1912):
Tengo un querer y una pena.
La pena quiere que viva;
el querer quiere que muera.
Bueno, pues lo que tenga que ser. «Ya», que dirá la musa.
El desaparecido Enrique Morente y José Fernández Torres «Tomatito» con «Sueña la Alhambra» (y yö, también, sueño)