—«Hace más de trescientos poemas que no escribo la palabra horizonte. Por algo serás». 'Será', en "Pintura roja y papel de fumar".
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Contemplo el horizonte de aviones que caen en llamas y que se hunden en la nieve. Asisto impasible al espectáculo de los mundos que se desmoronan. Colecciono diferentes niveles de moralidad, elásticos, líquidos y mutables; todos ellos vistos a través de la translúcida armadura confeccionada a medida para cada individuo. Intento hacer algo, pero la mayoría de las veces me bajo en la estación de decir hacer algo, y no hacer nada más que bajarme. Veo cómo se cierran las puertas y escucho cómo su sonido configura un acorde menor con la triada de las ventanas que se rompen y las cerraduras que chirrían. Alargo la mano y, si te toco, me toca la lluvia en la piel y germinan las semillas que hibernaban, en retoños verdes, en potencias y posibilidades, en cruces de caminos. Amontono las semejanzas de todos los precipicios, los parecidos univitelinos de todas las hojas afiladas. Me consuelo con el sabor narcótico de una saliva recordada. Reconstruyo mis huesos y mis tendones con la salinidad de un sexo apenas dilatado. Ando. Sudo. Grito. Escribo. Crispo las manos en todos los gestos posibles. Proyecto la ficción de mi autobiografía en el velo oscuro del párpado, y proyecto también extinguir la luz de mis pupilas. Me veo a mí mismo mirando por la ventanilla de ese vuelo que desciende, y trato después de buscar tus ojos entre el gentío de la terminal del aeropuerto. Pero encuentro el fuego y la nieve.
Y el silencio.
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