—«Hace más de trescientos poemas que no escribo la palabra horizonte. Por algo serás». 'Será', en "Pintura roja y papel de fumar".
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Casi todos los días me levanto
a las seis y cuarto.
Es una hora indecente, pero tengo
que agradecerle su brutal honestidad.
Me brinda un color de cielo migratorio
de noche moribunda. Me da una temperatura
que da cuenta de su estación y su carácter.
Casi todos los días tardo un buen rato
—a veces incluso después
de la ducha, del espejo y del coche—
en atravesar ese silencio denso,
casi navegable, casi translúcido,
que me convierte en península, rodeado
de inconsciencia por todas partes
excepto las que me unen al suelo,
a los pedales o al volante.
Luego viene, casi todos lo días,
irremediablemente, esa exploración
de los pliegues, ese intento recurrente
de norte perdido, de cálculo de posibilidades,
de probabilidad estadística, de luz.
Es obsesión por la linde
que separa la poesía del accidente de tráfico,
que delimita el trazo en el papel
y el mecanismo de la máquina del café
cuando se traga las monedas.
A veces también duermo un poco más.
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