—«Hace más de trescientos poemas que no escribo la palabra horizonte. Por algo serás». 'Será', en "Pintura roja y papel de fumar".
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En las estanterías quedaban
cada vez menos libros, en las calles
cada vez menos hogueras. Más hueco
y más eco en los recovecos
de cada uno de los cuerpos. Menos silencio
y menos espacio y menos voz. Era eso:
sobreexponernos, hiperventilarnos, retozar
en la melaza de la voz única y televisada,
en la estupidez confortable tantas veces
prometida, tantas veces aplazada. Era eso:
gritar hasta ahuyentar a todas las aves
que dibujaban su partitura disonante
en los hilos del tendido eléctrico. Era
la desconexión definitiva del otro,
la ceguera por deslumbramiento,
la sed por exceso de oasis, la frontera
erizada y patentada y tecnificada.
Era la piel como armadura, impermeable,
impenetrable, inoxidable, desimantada
como una madre de luto, como una
patria sin lengua y sin hijos y sin lumbre.
Era todo eso, y sin embargo, sigue
amaneciendo, el planeta gira, se dibuja
un trampantojo de esperanza perecedera
en la franja del horizonte que no ocultan
las fábricas y los edificios. Y cada vez
devoramos esa luz hasta los huesos,
sin dejar ni una migaja de claridad
para los que vengan después. Sin embargo
nada detiene el impulso atávico
de llenarnos todos los agujeros,
de empujarnos en las colas, de aferrarnos
a la gravedad, de asomar la cabeza
para ver si asomamos la cabeza.
En las estanterías, cada vez menos ganas,
menos aire, menos sal y menos tiempo.
Y más prisa por llegar a ningún lugar.
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