—«Hace más de trescientos poemas que no escribo la palabra horizonte. Por algo serás». 'Será', en "Pintura roja y papel de fumar".
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Vi mis manos grandes y toscas volverse transparentes,
hambrientas de sombras desnudas,
retorciéndose de gestos oscuros en la madrugada,
buscando una línea o un contraste,
y eran las manos de todos, ardiendo
en el píxel y en las ondas, como estrellas
reverberando por encima de la polución
que ocultaba las estrellas y el cielo y las voces. Vi
que mis manos apartaban la mirada
de los pobres con corbata que fumaban hiel
al calor de los cajeros automáticos, que orinaban
su odio hipotecado al amor del fluorescente. Vi
en mis manos que estaba escrito que los ángeles
dimitían del temblor y del clamor y del dolor
y de su analgesia. Vi mis manos callarse,
como si nunca hubiesen tenido ni voz ni aliento,
como si supieran que ya ni tocan ni empujan,
ni tañen ni acarician, y sólo tuvieran fuerza
para aplaudir al nimio. Vi mis manos
contando unas pocas monedas, calculando
las horas que valen, elucubrando
con los restos que se ocultan bajo las uñas,
planeando vender el calor que desprenden
cuando se frotan fuerte las palmas. Vi
mis manos lloviendo: no había nubes
ni tormenta. Vi mis manos empuñando
un silencio, blandiéndolo como un arma
afilada, amenazando a todos los ruidos posibles,
alumbrando con esa luz callada a las esquinas
de los barrios y a las máquinas tragaperras,
infringiendo heridas mudas a los charlatanes
y a la más mínima esperanza. Las vi, a mis manos,
derribando los pedestales de los dioses, mientras
se juntaban para orar por sus escombros. Las vi
cerrándose en puños, protegiendo, cada una,
la semilla huera de un futuro de arena. Hasta
que dejé de verlas, entre tanta niebla,
y tuve que usarlas a ellas para verme a mí.
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