—«Hace más de trescientos poemas que no escribo la palabra horizonte. Por algo serás». 'Será', en "Pintura roja y papel de fumar".
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El mar estaba en calma.
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Y cuando no lo estaba,
se miraban para procurar
que las olas
no rebasaran nunca
ni la quilla ni los tobillos.
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Se hablaban para
amainar tormentas
y temporales. Sembraban
semillas de risa, y dejaban
que germinasen
como plantas acuáticas
que, en el intervalo
impreciso de las mareas,
florecieran en pétalos
de sal y de intermitencias.
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El agua estaba en calma.
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Y aunque, a veces,
la barca se desfondaba,
y las dentelladas
de las criaturas abisales
escribían palabras antiguas
en el dorso de sus manos,
seguían bogando, a ratos,
por mantener el equilibrio.
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Todo estaba en calma.
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El horizonte dormía
el sueño del espejismo
y la línea de la costa
era la promesa de un trazo
impreciso, en el que morían
todas las ondas concéntricas,
con el metrónomo de la espuma.
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El mar seguía en calma.
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Los noráis habían dimitido
de todas sus obligaciones
y la arena no alcanzaba nunca
su vocación de barro.
Ellos seguían susurrando:
«Agua a la vista»,
mientras aguardaban
a que la lluvia igualara
la concentración salina
de todas las calmas posibles.
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