—«Hace más de trescientos poemas que no escribo la palabra horizonte. Por algo serás». 'Será', en "Pintura roja y papel de fumar".
(contracrónica desde la silla más cercana a la puerta)
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Cinco días han pasado ya, y aún sigo sintiendo ese extraño zumbido en los oídos. Y no son los ecos del retumbar de trenes y pasos por calles vacías, ni aromas espesos de un café en una esquina. Ni siquiera se trata del rastro de más de veinte maletas subiendo escaleras. Es, más bien, una especie de acorde que rebervera en la sensación de haber formado parte de algo.
Ese día acerqué la mía a esa caravana de maletas repletas de diversas proporciones de talento, miedo, kilómetros y sueños en negro sobre blanco. Más de veinte pares de piernas que se acomodan en sillas, apostando sus espaldas contra cuatro paredes con el techo de cristal, formando una gran ‘u’, dejando delante de ellos tanto espacio como les resulta posible.Se tejen, entonces, miradas, puntadas con o sin hilo, risas nerviosas, alambres de espino o cintas de seda. Los nudos se aprietan formando un tejido ya orgánico. El espacio entre ellos es el mar, la mesa que preside es la playa. Ellos son, somos, naúfragos. Naúfragos que nadan diferentes estilos, diferentes velocidades, ansiando arribar sanos y salvos a la orilla. O tan solo llegar. O llegar solo.
A veces la presión es tan fuerte que es necesario abrir la puerta, para evacuar electricidad. Mientras tanto, por turnos, cada uno de los naúfragos salta al agua, braza título, crol argumento, espalda personajes… Alzando la cabeza tanto como pueden por si vislumbrar tierra fuera posible, y nada. Todos nadamos y nada. Y nada se agradece más que abrazar un salvavidas en el camino, que sentir los cantos de sirena que desde la playa nos llegan. Entonces escuchamos, asentimos, nos reconfortamos y nuestra red de miradas ya es una manta que abriga y cobija, o una red espesa que, desde la playa, pesca naúfragos. Luego, ya, las distancias quedan abolidas, se destierran los ahogos y ya, secos, sobre el tablón de naúfrago de la mesa, con el faro del vino, nos asomamos a los ojos de los otros, y brindamos por algo que antes no estaba, por algo que no existía. .
Es más, yo, aún, sigo brindando. Tal vez no lleguemos nunca a puerto, pero ya, en adelante, nuestras maletas seguirán repletas de agua salada ¿Quien dijo que la playa no llegaba al barrio de Gràcia? Brindad!
D.
Pues sí. La verdad es que todavía siento el balanceo de esa singladura.
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