—«Hace más de trescientos poemas que no escribo la palabra horizonte. Por algo serás». 'Será', en "Pintura roja y papel de fumar".
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Los transeúntes dejan sus huellas en un cielo para nadie, mientras encaminan sus pasos hacia un agujero para todos. Apuestan por el escaso aire que envejece en los pulmones de los portales, anhelando la sed por encima de todas las aguas. Intentan reflejarse en todos los cristales, y todos los cristales son translúcidos como el asfalto, crueles y expeditivos en el reflejo. Entornan los ojos para atrapar la luz entre las pestañas —soles, lunas, faros y neones—, y escriben en sus párpados la caligrafia del desconsuelo. Apartan sus pies de las líneas que delimitan las sombras de los edificios, y salvan con esfuerzo los contornos de los charcos. No hay nube ni viento ni lluvia que caiga, ni siquiera les queda una segunda oportunidad para una primera vez. Los transeúntes ascienden a sus panales y se encierran en sus celdas: alguno mira por la ventana, alguno elige un sueño prefabricado, algún otro evalúa la distancia hasta el suelo. Uno de ellos, tal vez el más cobarde, busca un papel en el cajón.
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