Tus ojos, mis manos, y otros desiertos.

—«Hace más de trescientos poemas que no escribo la palabra horizonte. Por algo serás». 'Será', en "Pintura roja y papel de fumar".

[el inventor de etimologías]

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El inventor de etimologías ordena sus papeles.
Revisa sus notas. Escribe todo esto
en un papel amarillo doblado por la mitad.
Ha bebido —un poco— y cree que es el momento.

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El inventor de etimologías cava profunda la mina.
Supone haber encontrado una veta de metal dorado
—lexema de leña antigua, fonema de corteza,
desinencias de hojas temblando en las sombras—
mientras se embriaga con los gases de su farol.

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El inventor de etimologías calcula el oxígeno
dosifica el veneno y le reza al brillo de un oro
tan sólo un grado más puro que el desconsuelo.
Golpea entonces sin guardarse un gramo de fuerzas
(podría hacerlo a oscuras, podría hacerlo muerto).

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Cambia de canal, el inventor, buscando una palabra.
En la calle huele a humo y a fin de las estaciones
en las ventanas abiertas, en el latido de metrónomo
de las ruedas en el asfalto. Exhala un vapor
de la misma temperatura que la garganta de la noche.

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El inventor de etimologías es experto en naufragios,
en los fondos marinos, en anclas, en la escora,
en las oscuridades abisales, en la difracción de la luz.
Por eso recolecta cristales de sal, prismas irregulares
que proyecten sufijos en el reverso de sus párpados.

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El inventor prende un reguero implacable de tinta,
tan imprescindible como innecesario, tan futil
como el sudor que se seca, tan estéril como un grito
en una celda de aislamiento. Mira por encima,
tal vez, del hombro de la desesperanza.
Preña lo oscuro, tal vez lo hueco, con un fósforo
efímero y coruscante. Imagina que ve, por ejemplo,
el confín del horizonte en la puerta atascada.

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Se lava frente al espejo, el inventor, se purga
de las letras viudas, de esa coraza elástica
engarzada sobre la piel del miedo. Evita
cruzar la mirada con su reflejo. Perla el suelo
de satélites ajenos a las órbitas y las cunetas.

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El inventor de etimologías verá otro día.
Verán sus ojos, con suerte, algunos días más.
Dará algunas vueltas más con el planeta.
Sembrará sin prisa algunos cientos de semillas
y no volverá la cabeza para ver si germinan.

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El inventor de etimologías intenta dormir,
pero se le va la noche en idas y venidas,
en encender y apagar la luz de mampara verde,
en digerir la niebla y la duermevela,
en el brillo de los vasos y los relojes de arena.

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El inventor de etimologías testifica en su contra,
se juzga y se condena en la bisagra de la madrugada,
hace equilibrios en la baranda del balcón
como si fuera el borde afilado de una página,
con un ojo en las tablas y el otro en el pavimento.

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Se sienta al borde de la cama, el inventor.
Con los ojos entreabiertos busca la chispa
o la explicación. Interroga a su propia sombra,
le pregunta hasta cuándo va a rechazar los injertos
hasta dónde alcanzará el eclipse y la fatiga.

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El inventor de etimologías vuelve la última hoja.
Guarda el cuaderno remendado. Busca uno nuevo.
Mira por la ventana con los ojos cerrados.
Prepara un equipaje. Lo deshace y vuelve a empacar.
Se va dejando un rastro de migas en el diccionario.

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Esta entrada fue publicada el junio 22, 2017 por en Uncategorized.
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