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UN DÍA sincero y gris
en la ventanilla del vagón.
Un mundo de hormigón y cañas
que huye de la vista
como un animal temeroso.

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Mi hija dibuja algo en un papel,
mi hijo duerme contra mi hombro,
y yo leo un libro cualquiera
sin prestar demasiada atención.

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Entonces ella me pinta un corazón
en el dorso de la mano.
Él se despereza, y los tres
sonreímos al entrar en el túnel.

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Al salir de la estación compramos pan
en una de esas tiendas que nunca cierra
y caminamos mientras el sol
deshace las nubes de octubre.

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Al llegar a casa, te escribo,
sólo para decirte
que todo está bien.

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