Tus ojos, mis manos, y otros desiertos.

—«Hace más de trescientos poemas que no escribo la palabra horizonte. Por algo serás». 'Será', en "Pintura roja y papel de fumar".

Phalaenopsis

Me regalaron meses atrás una phalaenopsis. Eso pone en el envase. Se trata de una planta floral conocida como orquídea, en este caso, del tipo mariposa. Fue, en su día, adquirida en un centro comercial sueco. Y adornó, en su día, un precioso lugar.

El caso, metafórico o no, es que cuando llegó a mis manos carecía ya de la flor que define a la planta en cuestión. Presidía la verticalidad ausente de la flor un palito coronado por una abeja, o avispa, de madera, un remedo de títere que servía -imagino- de soporte al tallo del fantasma floral. Procuro, desde que obra en mi poder -debo decir que aún no sé si en préstamo o en depósito- seguir las instrucciones que para su cuidado me fueron proporcionadas: riego regular sin exceso, no exposición directa al sol, audición de canciones seleccionadas y prohibición de ciertos adjetivos.  Nada parece obrar en pos de la ansiada aparición de la vara floral, a pesar de que las gruesas y carnosas hojas alternas y elípticas, presentan un verde lozano y saludable que no hace sospechar sobre ningún transtorno genético o fitoparasitario. El desarrollo de las plantas, aventuro, puede también verse afectado por los sentimientos o emociones, tal y como se explicó en un reciente post, no en vano aquel Padre Mundina no cesaba en su diatriba que «las plantas necesitan cariño»… Uno también lo necesita, añado.

No sufran. Seguiré observando cuidadosamente su evolución, así como aplicando los cuidados para los que fui entrenado… Al fin y al cabo, primero en el sur, luego aquí, dicen, falta poco para que llegue la primavera.

Si entonces no florece, no será culpa de nuestra phalaenopsis… será que la primavera es una estafa.

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Esta entrada fue publicada el febrero 28, 2011 por en espectros (yo creo que...).
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