—«Hace más de trescientos poemas que no escribo la palabra horizonte. Por algo serás». 'Será', en "Pintura roja y papel de fumar".
Ni estas palabras, ni ninguna,
son las hijas de mi mano, son
arrugas en el paladar de tu noche.
Son salpicaduras aleatorias
que se ordenan en el cuarto de tu cráneo.
Quizás estas palabras son migajas,
son el rastro que va dejando una fiera
mientras huye, derrotada, en la maleza,
son las gotas del deshielo en el tejado,
la última porción de aire en la nevera.
Ni una sola de todas estas palabras
ilumina, ni alimenta, ni sostiene.
Ni siquiera derraman el vaso vacío.
Estas palabras pertenecen al silencio,
al lugar al que la luz nunca alcanza,
a la parte más callada de la sangre.
Mora esta palabra en las raíces,
nunca asoma ni a la hoja ni a la rama,
por eso ni fructifica ni madura,
ni pare una semilla venidera.
Esta palabra huérfana y callada
ya no viaja de mis ojos a mis manos.
Acaso se escribe de la lluvia entre las piedras,
acaso del viento sobre el pelo del invierno,
tal vez de la sombra de un transeúnte con prisa.
Sin embargo, esta palabra cicatriza
en la carne entre el pecho y la garganta
y en la escarcha adherida en tus zapatos.
Puede entonces —solo entonces— la palabra
empujarme, destriparme, consolarme.