—«Hace más de trescientos poemas que no escribo la palabra horizonte. Por algo serás». 'Será', en "Pintura roja y papel de fumar".
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Voy a pensar que aquí descansan,
en esa franja de playa donde las olas
baten y la espuma de desvanece,
los restos mortales de aquel poeta.
Vimos, de niños, a ese hombre
recoger botellas y cartones, mirar
todo detenidamente. Hablar poco,
gritar, a veces, amenazando
al cielo con un puño cerrado.
Lo vimos amontonar piedras, pequeñeces,
escribir en las hojas de las moreras
cosas como «mañana», «revuelta»
y «taciturno». Sonreir y buscar
los caminos en las columnas de humo
de las chimeneas de las fábricas.
Pegar papeles en las paredes,
con versos que tan sólo
los más avezados críticos
—y las oficialas de la peluquería—
llegaron a comprender.
Un día lo vimos irse, caminando despacio,
tras las luces rojas de un coche
que se alejaba de madrugada.
Quiero creer
que bajo este mausoleo de arena
se blanquean los huesos del poeta,
para que quien le llore contribuya
a la marea y a la sal
del océano. Para que el epitafio
se escriba y se diluya, a rajatabla,
cada pocos segundos.
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